martes, 17 de junio de 2008

Nació Aguaclara

Hija. Ya nos queda poco de esto, una adentro de la otra. No más un pedacito de tarde verde, una noche con un poco de fueguito y una mañana que no se cómo será. Antes de escribirte le armé a tu papá un par de cigarros. Entre esas hojitas, masculinas flores secas, estaba este caracol, el más chiquitito del mundo. Es chiquitito como, pienso, debe ser la uña de tu dedo meñique. Su casita es tan frágil que se puede ver todo el gusanito a tavés de su transparencia apenas marrón. Recorrió ya casi todo el perímetro de mi mesa de bar de compraventa y ahora se mete ahí a dormir.
Mañana vas a salir y no se puede hacer como el caracol, volver a entrar. A mí también me gusta que estés ahí y fueron tan lindas estas lunas llenándose y vaciándose mientras crecías. Tan lindas... nunca estábamos solas.
Ahora se viene otro tiempo y sabés qué pensaba. Que aunque vos seas más grande que ese caracol en las hojas del cigarro de papá yo voy a ser la plantita de la que comas. Y cuando seas gande, grande ya como para tomar de mi leche, grande muy grande como para recorrer sola todos los caminos de la tierra, igual vamos a ser todavía, tu papá y yo, allá en el fuego de hierro o de barro, el siempre prendido fuego del nido de la tierra magnética. Para cuando estés hambrienta o agotada o quieras festejar con arroces y garbanzos coloridos ahí te espera, un plato lleno con guiso calentito.