jueves, 16 de agosto de 2007

Veintinueve pulgadas y un triángulo isósceles

Aquel reloj me ardía cada vez más cerca
temía no tolerar el dolor cuando sonara
alarma mamá no quiero ir al colegio.
Ese día estrenaba zapatos con medias a lunares
la risa dibujada con fibrón indeleble
las cejas sin depilar como te gustan
las negras fosas sin motores pendientes
(con una buena sonada de corneta
habían salido expulsados los mecánicos
junto a alguna que otra pasta rancia).
A la música desde la casa del vecino
la ejecutaban campanas
las campanas tenían grabados en el badajo
nombre y apellido de grandes asesinos
celebérrimos carniceros honrados
grandes homicidas de la historia ejecutaban
la novena de Beethoven en casa del vecino.
Cuando sonó una de ellas por encima de las otras
supe que no era el recreo sino el cuadrilátero.
Yo lucía mi extremidad punzante de escorpión
estampada en el medio del zodíaco
las cejas sin depilar como te gustan.
Vos parecías muerto y no era a causa de mi veneno
es sabido la savia es sólo sangre de margaritas
además de materia prima de champúes.
Como no está muerto quien pelea pasé
en lo alto el cartel con el número
más de tres cifras para esa contienda interminable.
Con mis nalgas al descubierto distraía
clientela del circo que ya no miraba
carne viva esa, desnudez de tus heridas.
En el ring estábamos sonando los tres
vos resucitabas cada vez volviendo a tu rincón
tus manos atadas las soltaban
tomabas agua, un poco de ginebra
permitían también los jueces de la corte.
Ella no tenía rojos guantes para amortizar sus golpes
lloraba de hacerte tanto daño pero así eran las reglas
¿y quién las había puesto? Nadie sabía…
Esa noche yo estrenaba zapatos
ustedes los dos con las manos desnudas.
Yo vestida casi sin ropa gruesas las cejas
los tacos altos estrenando distraía
a ustedes de ustedes y del odio de ustedes
a los otros de ustedes y del odio a cada uno
a todos de nosotros para que no nos vean
amores nuestros terribles transmitidos
por los ojos de todos en vivo y en directo.

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